Muy bienvenida o muy bienvenido a esta primera entrada de mi blog. Aunque, en realidad, es la segunda entrada. Lo que ocurre es que con la primera sólo quise presentar mi nuevo proyecto y dar a conocer qué me motiva a escribir aquí. Pero hoy quiero hablarte de cómo puedes reducir tu sufrimiento. En concreto de cuando nos decimos a nosotros mismos “no entiendo qué me pasa”. A veces sufrimos sin encontrar un sentido claro. ¿Nunca te ha ocurrido?
¿Qué me pasa, si todo va bien?
Hay ocasiones en la vida en que no entendemos qué nos pasa porque no le encontramos lógica. Miramos nuestra vida y nos decimos: “si lo tengo todo”. Una familia que me quiere, a su modo, al menos. No paso hambre ni frío. He tenido oportunidades para estudiar. No tengo una enfermedad grave que me impida ser feliz. Entonces, ¿qué me pasa? Esto puede hacer que te sientes mal por sentirte mal. Cómo si fueras culpable por no ser feliz. ¿Nunca te ha pasado?
Mirar desde arriba para entender qué me pasa
Lo primero que te aconsejo es tomar distancia. Como decían los sabios: que el árbol no te impida ver el bosque. Se que es complicado. Sobre todo, cuando el dolor es muy intenso. Sin embargo, cuando te esfuerzas un poco, pronto sentirás alivio. ¿Cómo? Imagina que eres un dron que se eleva en el cielo. El dron lleva una cámara. Imagina que esta cámara es, en realidad, tu atención. Y enfoca hacia abajo. Allí abajo estás tú mismo o tú misma. Sufriendo. Mira el dolor con distancia. Esto no lo elimina, pero si crea un espacio. En ese espacio vas a poder tomar un poco las riendas de ese dolor.
Leer las emociones para entender qué me pasa
El dolor y el sufrimiento se producen por diversas causas. Mucho me temo, que, aunque a veces todas y todos lo hayamos deseado, no hay una sólo cosa que elimine el dolor. Pero, aunque hay varias cosas, lo bueno es que puedes influir positivamente en la mayoría de ellas. Una de las causas del sufrimiento son las emociones no atendidas. Si, cuando no las escuchamos. Cuando no las comprendemos. Cuando no las cuidamos. Las emociones surgen de dos impulsos muy básicos: acercarse o alejarse, gusto o disgusto, placer o dolor. Después vienen las cinco clásicas: alegría, tristeza, miedo, rabia y asco.
Muchas veces no comprendemos porqué sufrimos porque no comprendemos las emociones. Estas no nos piden nada en especial. Sólo que las escuchemos. Quieren ser protagonistas cuando vienen a visitarnos. Quieren saber que son atendidas como a un buen invitado. Por eso te invito a que hagas lo siguiente. Primero observa cuántas de esas emociones estás sintiendo en el momento en que te sientes desbordado o desbordada. ¿Qué te piden que hagas?
La rabia te pide que te defiendas. La tristeza te pide que aceptes que has perdido algo importante para ti. El asco te pide que te alejes y que avises a los demás que algo peligroso para tu salud y la de tus seres queridos anda suelto… El miedo te pide que te paralices, que huyas o que te protejas porque hay algo que pone en peligro tu vida. Recuerda que las emociones no te exigen que hagas lo que te piden, pero sí te exigen que las escuches. De lo contrario van a estar golpeando la puerta de tu morada interior hasta que abras la puerta o hasta que hagan un hueco en la pared por donde dejarse oír.
Lo bello de comprender qué me pasa
Si no fuera por el dolor que producen las emociones, no podríamos saber qué nos piden. Es ese dolor, entonces, una señal de que necesitamos algo. Puede que no sea necesario hacer grandes cambios. Muchas veces sólo con escuchar ya es suficiente.
Ahí radica la belleza. Si entiendes la belleza tal y como yo lo hago, podrás dar un sentido a tu sufrimiento. Por que la belleza la encuentro al tomar conciencia del sentido de las cosas.
Aquí me despido, hasta la próxima entrada.
Un fuerte abrazo,